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De la risa y la ofensa

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Definoción de Alber Romero cuyo
perfil en Facebook juega con el lenguaje


Hace cosa de una semana en la Comicteca de la BRMU, pusimos un cartel (que también compartimos por redes) en el que mostrábamos nuestra repulsa ante la agresión que había sufrido la directora de la revista El Jueves, en el portal de su domicilio.

Dicho ataque vino provocado por la portada de su publicación, en la que deseaban una enfermedad mortal a los movimientos nazis que están surgiendo a lo largo del continente europeo.

Tanto presencialmente como en las redes, hubo algún comentario sobre lo inapropiado de utilizar un humor tan negro para denunciar esta situación, y que la Comicteca pareciera refrendarlo. En la Comicteca al publicar dicho cartel lo que pretendíamos era expresar nuestro rechazo a la violencia, máxime cuando atentaba a la libertad de expresión de un medio, que tanto bien ha hecho para la supervivencia del cómic español durante las últimas décadas.

Lo idóneo, o no, de la portada en cuestión, no era el asunto de dicho cartel; pero sí que nos dio un buen ejemplo de un asunto que nunca pierde vigencia: el humor y su capacidad para ofender.






Recientemente Bertín Osborne en una entrevista junto con su compadre Arévalo, se quejaban de que ya no pudiesen contar chistes de mariquitas, ni gangososcon la misma libertad que lo hacían antes. Elvira Lindo en una columna reflexionaba sobre el asunto, y llegaba a la conclusión de que simplemente puede deberse a que ese tipo de humor está perdiendo su público, por una mera cuestión de edad. Que se les mueren los espectadores, vamos.


Arévalo y sus casetes, reyes durante años de las gasolineras


Pero aparte de no lamentar que cierto tipo de humor se extinga, no por ofensivos (que lo eran en muchos casos), sino por desfasados: lo que planteaba el cantante y presentador da pie para mucho más. Plantea lo asfixiante que resulta el discurso de lo políticamente correcto que no deja de implantarse en los medios, y lo que es peor, en las cabezas; ahogando la libertad de expresión que tanto pregona defender ese mismo discurso.

El bufón siempre tuvo bula para decir cosas que nadie tenía autorización para decir; pero bien se cuidaría de morder la mano de quien le daba de comer. Hace unos años, Mario Vaquerizo hacía gracia en las tertulias de la emisora COPE, su cháchara intrascendente, su gracejo, y su imagen de estrella pop: cubrían el cupo de modernidad asumible por la cadena. Pero todo fue posar para el provocador fotógrafo Bruce LaBruce, junto a su mujer emulando a la Piedad, para que fuera despedido de inmediato.


 
Ya se sabe que la risa es un asunto muy serio, y Andrés Barba en su ensayo, recién publicado, La risa caníbal (ya disponible en nuestras colecciones) hace un repaso al humor a través de su relación con la parodia, el sexo, los chistes, los cómicos, los ventrículos o el cinismo.

La risa como arma arrojadiza, como agresión; y la risa como unión, como la forma más rápida de conexión entre las personas; la risa que nos deja el subconsciente al aire, y dice más de nosotros, que muchas de nuestras palabras y gestos. No faltan tratados estudiando la risa, pero como todos los asuntos verdaderamente importantes, siempre es una constante para tomarle el pulso a cada época y momento.

Hace unos días, Televisión Española tuvo que presentar sus excusas por un sketch en el programa del humorista José Mota, en el que un paciente le pedía al médico que le suavizara la noticia de padecer una enfermedad terminal. El aluvión de críticas recibidas hizo que el canal público presentara disculpas; y viendoel gag en cuestión, lo que provoca es simplemente miedo. Miedo del nivel de intrasigencia y falta de humor al que se está llegando.


Humor de Héctor Bometón, más conocido como Mierdecitas en Twitter


El humor marciano de Miguel Noguera,
presente en nuestra Comicteca

El bronco debate público, los linchamientos digitales, el tono de algunos discursos: pareciera que todo se confabulara para imponer el resentimiento y el gesto agrio en la esfera pública. Si hasta nuestra inofensiva encuesta sobre¿Eres un Quijote o un Sancho del siglo XXI?, recibió alguna crítica por ¿¿¿sexista??? (que afortunadamente fue retirada después, al argumentar que no conseguíamos ver dónde estaba el sexismo).

El totalitarismo de lo políticamente correcto, de seguir exacerbándose, terminará dándose la mano con ese fascismo cotidiano, del que se hablaba en el cartel que publicamos sobre la agresión a la directora de El Jueves.

Precisamente por eso, vamos a cerrar predicando con el ejemplo. Una nueva polvareda de esas que tanto gustan a algunos, saltó otra vez en TVE, a cuenta de un episodio de la exitosa serie el Ministerio del Tiempo. En la serie, es habitual un cierto tono paródico que juega con los estereotipos, y en uno de sus episodios les (nos) tocó a los funcionarios.




Como no podía ser de otro modo, las redes sociales hirvieron con el asunto. Todos los estereotipos tienen antecedentes reales en los que sustentarse; y jugar al solitario o al buscaminas, vestirse con aspecto viejuno, apalancarse junto a la máquina del café y el gesto malhumorado sempiterno (que son los tópicos a los que recurre la citada serie, aunque desde dentro podríamos aportar unos cuantos más), se han dado, y siguen dándose, lamentablemente, entre algunos funcionarios. Como en otros gremios y sectores de la población, se dan mil lugares comunes a los que se puede recurrir a la hora de parodiarlos, con mayor o menor intención crítica.



Los tópicos que aspiran a retratarnos a través del humor no se desactivan ofendiéndose, sino reconociendo la verdad que pueda haber en ellos, y desmarcándose de ellos en nuestro día a día, a través de nuestro trabajo; que es lo que demuestra nuestro compromiso con el servicio público. Lo malo son aquellos que aún reconociéndose no se dan por aludidos, o aún peor, los que ni siquiera se reconocen cumpliendo todos los requisitos. Elias Canetti dijo, que una ofensa tiene valor en la medida en que te hace reflexionar; así que lo mejor para desactivarlas será recuperar el saludable e inteligente hábito de reírse, reflexionar y ejercer la autocrítica, sin que nos salgan sarpullidos a cada paso.






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