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Expurgo a tiro limpio

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Pese a lo que muchos creen, el síndrome de Diógenes no es algo consustancial a la profesión bibliotecaria. Sería algo mucho más propio de nuestros vecinos los archiveros.

Por eso, por mucho que el artista mexicano Gonzalo Lebrija diga a cuenta de las fotografías de libros lanzados al vuelo, cual pajarracos no sabemos de qué agüero, en el momento de recibir un balazo, que componen su obra Who knows where the time goes (Quién sabe a dónde va el tiempo): que quiere representar el anhelo por suprimir el tiempo, y que por ello se lía a tiros con ellos, por representar la permanencia de las ideas. Nosotros, los que estamos bregados en esto de transportarlos, colocarlos, ordenarlos, e incluso, leerlos: sabemos que, en realidad, lo que experimenta el artista, no es otra cosa que el placer bibliotecario de expurgar.


El artista Gonzalo Lebrija viviendo el sueño de muchos bibliotecarios


Estamos en contra de la violencia, y por mucho que nos gusten muchas de las películas que protagonizó Charlton Heston, o seamos fans de Tarantino, estamos en contra del uso de armas. Pero cuando te han pedido cuatrocientas mil veces el best seller de turno, el momento más anhelado por cualquier bibliotecario de pro: es cuando pasa la moda, nadie se acuerda de él, y puedes darte el gustazo de desterrarlo de tus colecciones. Si ese inocente acto fuera a tiro limpio, que Gutenberg nos perdone: el expurgo sería hasta terapéutico.


Libro alcanzando al vuelo


Una vez relajados tras pegar unos cuantos tiros, proseguimos con el arte en clave más constructiva, efímera, pero constructiva. La arquitecta de origen hindú afincada en Madrid, Anupama Kundoo, llevó a cabo el año pasado en Barcelona una instalación de arquitectura efímera. Con el nombre de la Biblioteca los libros perdidos, Kundoo recreó un bosque metálico para cubrir la plaza de Salvador Seguí de la capital catalana; la sombra sobre los viandantes y lectores que optaban por ampararse bajo la instalación, estaba realizada a base de libros abiertos, que quedaban suspendidos en el aire, al estar encapsulados dentro de una gran lona de plástico transparente.




Una bandada de aves librarias idónea para que Gonzalo Lebrija apretara el gatillo; pero en este caso no era esa la intención. El concepto tras esta Biblioteca de libros perdidos, apelaba a la libertad, a la celebración de la lectura, a liberar a estos tomazos suspendidos en el aire de su peso específico; y así representar la luminosidad de sus contenidos bajo los que cobijarse.

No nos consta que el artista mexicano Lebrija y la arquitecta hindú Kundoo se conozcan; pero las dos instalaciones/obras que nos han servido para este post, sí que establecen un diálogo de lo más interesante a la hora de abordar el universo librario. El primero sueña con suspender el paso del tiempo matando libros; mientras que la segunda, aspira a liberarnos dejándolos volar. Dos versiones diferentes que al fin y al cabo hablan de un mismo concepto de libertad.



Y como la obra de Lebrija tomó su título de una canción de Sandy Denny (aún a riesgo de que nos acusen de intensos), nada mejor que remitirnos a ella, pero en una susurrante versión en vivo de Cat Power. Una música perfecta para volver a la calma tras el estruendo del tiroteo.





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